Nuestros inicios con la lactancia no fueron nada sencillos... un mal agarre, grietas, pezones sangrando, un dolor insoportable, un bebé que no deja de llorar y no se engancha, llegan las dudas ¿podré realmente? hasta ese momento no existía para mí otra opción que no fuese lactar a mi bebé. Era para lo que la naturaleza nos había "programado" ¿Cómo podría no ser posible algo que parecía tan sencillo?
Pasan las semanas, comienzas a ver a familiares y amistades (sintiendo en muchas ocasiones que algo no resonaba conmigo)
"Déjala llorar que no le pasa nada"
"Así ensanchará los pulmones"
"Si la duermes al pecho la vas a mal acostumbrar, lo querrá siempre"
"Ponla en la cuna, que se duerma sola o lo vas a lamentar"
"El pecho cuando le toque, eso de darle cada vez que llore NO"
y un laaaaaargo etc que me rechinaba cada vez que lo escuchaba. Era mi bebé, casi 42 semanas deseando verle la cara, imaginando cómo sería, enamorándome de cada uno de sus movimientos en mi barriga. Fueron largos años de espera para lograr ver esas ansiadas dos rayitas. Sentía que AHORA era mi momento, esa pequeña criaturita acababa de abrirse camino a través de mi cuerpo no sin esfuerzo, sudor y lágrimas. Mi pecho decía que NO es una opción que esté de mano en mano y no con su mamá, NO es una opción escucharla llorar si YO ESTOY AQUÍ, si hemos decidido que esté en este mundo, no va a ser para sufrir desde su primer día de vida. NO.
No sabía en ese preciso momento qué "tipo de madre sería" pero sí tenía una sola cosa clara, "lo que NO sería" y lo que no sería era una madre despegada, no sería nunca más esa mujer que no sabía decir NO, pues ya llevaba bastantes años viviendo sin la autoestima suficiente como para hacerlo. Resulta que AHORA había algo más fuerte que la razón, mis HORMONAS y mi mente había decidido hacerles más caso a ellas.